Las oficinas se están adaptando bien y son el activo que más seriamente, con más recursos y más rápido ha reaccionado a la digitalización y la sostenibilidad.
Desde hace años existía el debate de si es rentable ser sostenible. Eso está muy superado, ser sostenible es imprescindible. Los activos que no se adapten y se queden obsoletos no podrán ser transaccionados, financiados... y las oficinas llevan la delantera en este proceso de adaptación.
Las certificaciones ayudaron a esa aceleración y se han convertido en imprescindibles para arrendar espacios, pero están superadas. Ahora la preocupación es cumplir con la Taxonomía europea, tener una etiqueta energética A o B, analizar y medir nuestra situación en esta materia y ver cuánta inversión será necesaria para cumplir con las exigencias de la Agenda 2030.
Hace cinco años cuando intentábamos firmar contratos con cláusulas verdes era complejísimo. Ahora es algo que ya no se discute, las dos partes lo vemos necesario y por ello ha sido el asset class que ha marcado tendencia.
La tecnología es vital e igualmente las oficinas han reaccionado muy rápido, con los BMS, edificios inteligentes… Todo se mide y se analiza en aras de mejorar la eficiencia y la salud de los ocupantes, como calidad del aire o iluminación.
Los procesos son cada vez más automáticos: pagos, cobros, facturación, reporting, diseño de espacios, valoraciones, funcionamiento autónomo del edificio… Queda mucho por mejorar, pero el cambio ha llegado. De momento, toda esta tecnología lleva aparejada un componente de supervisión y mejora que requiere de personas, pero, poco a poco, con la IA y la automatización de las tareas se conseguirá un ahorro significativo en los costes de las empresas. Eso sí, se va a requerir una gran inversión inicial, pero a la vez continuada para poder seguir el ritmo de los avances.