Hace unos días un buen amigo me enseñaba algunas fotos de un piso que estaba pensando comprar por la zona de Lavapiés. Se trata de un edificio rehabilitado de pies a cabeza, pero manteniendo elementos estructurales y estéticos protegidos, sobre el cual han incrementado la altura en dos plantas de obra nueva.
Especialmente le preocupaba lo siguiente: “…me dicen que no tiene calefacción central y que han instalado un sistema individual eléctrico, parece que no han instalado la acometida de gas, ¡a saber qué facturas de luz llegan! …” “…por lo visto en cuanto nos entreguen las viviendas, podremos poner la calefacción central de gas, pero claro, hay que poner de acuerdo a toda la comunidad de vecinos”.
Estos simples comentarios ya reflejan algunos cambios significativos en el perfil de comprador, arrendatario y, en general, de ciudadano. Poco a poco vamos concienciándonos de la importancia del medio ambiente, sostenibilidad, o al menos estamos de acuerdo que no nos gusta que el lugar en el que vivimos sea como una bolsa de monedas de oro con un agujero en el fondo.
Y es que precisamente consiste en eso. La energía, a lo largo de su ciclo de vida, en cada una de sus infinitas transformaciones, se bifurca en dos caminos, y siempre, uno de los dos caminos lleva a la pérdida de esa energía no aprovechable, que finalmente se vierte al medio. Por tanto, el objetivo se convierte en intentar que la mayor cantidad de energía posible no tome el desvío que lleva a las pérdidas y sea de utilidad en mantener la temperatura de confort de nuestros hogares, en iluminar o en hacer funcionar electrodomésticos de forma eficiente.
Centrando el tiro en la vivienda, unidad básica sobre la que tenemos capacidad de actuación, más allá de priorizar la compra de equipos de alto grado de eficiencia, la rehabilitación energética debe cobrar el protagonismo que se merece. El lema “quédate en casa” nos ha impulsado a querer mejorar el lugar en el que vivimos. Con el mismo presupuesto que destinamos a la reforma estándar de una vivienda, sin incrementarlo de forma significativa se puede convertir esa simple reforma “estética” en una rehabilitación energética y, por tanto, en una inversión rentable que genera ahorro económico desde el primer día.
Según la zona climática y la calificación energética inicial del inmueble previo a la reforma, algunas medidas como la sustitución de ventanas de vidrio simple por otras de doble acristalamiento con cámara de aire y marco con rotura de puente térmico, la sustitución de equipos de climatización obsoletos por bombas de calor de alto rendimiento, o la renovación de calderas antiguas por otras de condensación de alta eficiencia, podemos conseguir una reducción del consumo energético de más del 30%. Traducido a nuestro día a día y de forma somera, una buena reforma en aislamiento e instalaciones en una vivienda media puede reportar ahorros anuales superiores a los 500 euros, que, teniendo en cuenta la vida útil de las viviendas, es una inversión que, sin duda, invita a ser considerada.
Actuación coordinada
Una vez concienciados en la importancia de la reforma vivienda a vivienda, nos topamos con el dilema de las comunidades de vecinos. Ni qué decir cabe que le contesté a mi amigo que probablemente no viviría para ver esa acometida de Gas Natural en su nueva casa. Dejando a un lado las exageraciones, podemos estar de acuerdo en la dificultad añadida de implementar ciertas reformas en una comunidad de vecinos. Sin embargo, para poder realizar una rehabilitación energética integral es imprescindible actuar sobre todo el edificio, ya que, en la mayoría de los casos, la mejora del aislamiento en fachadas y la renovación de calderas y equipos de climatización centralizados suponen un mayor impacto en la reducción del consumo energético global y una menor inversión por vivienda que realizar reformas independientes. Somos conscientes de que en los edificios se aprueban derramas para ir arreglando lo que se rompe, pero no se considera invertir en hacerlo más eficiente, hace falta información, asesoramiento técnico y por supuesto, financiación. Es prioritario trabajar en esta vía.
Por supuesto, no todo son “buenas intenciones” de renovar viviendas y edificios. Una rehabilitación debe estar basada en un informe técnico que analice el estado inicial de la vivienda y el potencial de ahorro estimado. Además, debe permitir modelizar los resultados de las medidas de mejora planteadas para seleccionar aquellas que mejor se adapten al inmueble tanto constructiva como funcionalmente, sin perder de vista el objetivo de reducción de consumo energético dentro de la viabilidad económica.
En un país con un parque de viviendas totalmente obsoleto, con más de la mitad de ellas construidas con anterioridad al primer estándar normativo en incorporar criterios de eficiencia energética, el Gobierno ha anunciado que destinará 5.300 millones de euros de ayudas europeas por la crisis del coronavirus a la rehabilitación y regeneración urbana. El objetivo es ambicioso: rehabilitar en tres años medio millón de viviendas, más de las que se han rehabilitado en los últimos quince, con la meta de alcanzar la descarbonización total para el año 2050. Esta actuación masiva va a requerir un nivel de coordinación sin precedentes que involucra a la Unión Europea, Estado, comunidades autónomas y ayuntamientos para finalmente aterrizar en las comunidades de vecinos, que serán las que soliciten las ayudas.
Regeneración de barrios y ciudades
Pero no solo hay que centrar el tiro en la rehabilitación de viviendas y comunidades de vecinos, quizá la parte más importante sea la renovación de barrios. La regeneración de zonas concretas de ciudades y pueblos pone en valor sus viviendas, fomenta el impulso económico de los barrios en todos los niveles y provoca un efecto llamada a rehabilitar las zonas colindantes extendiendo el fenómeno de la rehabilitación como un círculo virtuoso.
Regenerar barrios y ciudades no solo es rehabilitar sus viviendas, la regeneración debe hacerse desde una visión integral. Más allá de la mejora de instalaciones, se debe dotar de elementos arquitectónicos pasivos que fomenten la ventilación y el control solar como la instalación de fachadas ventiladas y paneles solares en cubiertas; otros ejemplos son la plantación de árboles de sombra para evitar que el sol del verano incida directamente en las fachadas, gestión de residuos con sistemas y rutas recogida eficientes, señalización y mobiliario alimentado por energías renovables y una distribución inteligente del tráfico y dotaciones en las calles que fomente la reducción de emisiones en el transporte.
Nos encontramos al inicio de un largo camino por recorrer. Hablamos de desarrollo sostenible, pero al fin y al cabo la eficiencia energética es sólo una pequeña porción del pastel de la sostenibilidad, y debemos avanzar en todos sus ámbitos. Eso sí, por algo hay que empezar y cada grano de arena cuenta. He animado a mi amigo a comprarse el piso y unirse al creciente grupo de los que apuestan por la rehabilitación, que en definitiva no es más que cuidar y regenerar nuestro patrimonio de un modo más sostenible.