Opinión

La arquitectura de las residencias

Marc Trepat Carbonell

Marc Trepat Carbonell

Arquitecto y experto en residencias aplicando el modelo nórdico

El pasado día 28 de junio de 2022 se aprobó el Acuerdo sobre Criterios comunes de acreditación y calidad de los centros y servicios del SAAD con el voto afirmativo de 10 comunidades autónomas (menos del 30% de la población) contra 9 que votaron en contra (más de 70% de la población). Un acuerdo que por cierto se ha aprobado sin contar con las patronales ni los sindicatos del sector.

Llevo los últimos 7 años de mi vida profesional como arquitecto estudiando cómo son las residencias en los lugares del mundo donde se aplica de forma más eficiente la atención centrada en la persona. He estado en los cuatro países nórdicos que son la punta de lanza en la atención de las personas mayores con dependencia. He podido observar de primera mano como funcionan y los costes que tienen. A partir de esta experiencia he propuesto que el modelo de unidades de convivencia relativamente pequeñas es la metodología que permite atender a las personas con dependencia de la forma más efectiva por muchos motivos.

Efectivamente el nuevo “Acuerdo” prevé que las residencias se distribuyan en unidades de 15 personas como máximo y que éstas tengan una capacidad máxima en función de su ubicación de 120 personas. De hecho, todas las residencias que hemos diseñado en los últimos 5 años están distribuidas en unidades de convivencia entre 12 y 20 personas. Entonces se preguntarán, si llevo 7 años convenciendo al sector de que las unidades de convivencia son la mejor manera de atender a nuestros mayores, ¿porqué no me gusta el “acuerdo”?

Una unidad de convivencia es un espacio parecido a una vivienda grande donde un número determinado de personas conviven. Alguien dijo que una UC es como un piso de estudiantes, donde cada uno tiene su espacio privado y comparten cocina, comedor y estar. Es cierto que una residencia para 120 personas formada por 8 unidades de convivencia de 15 personas puede funcionar perfectamente bien, pero depende de la distribución del edificio. La problemática es que las unidades de 15 personas requieren el mismo personal que las unidades de 20. Las unidades de 15 funcionan bien cuando hay la posibilidad de disponerlas de dos en dos como mínimo en la misma planta con un control único y un mismo equipo de personal para las 2. Por otro lado, las unidades de 20 personas pueden llegar a funcionar mejor que las 15, si se distribuye el espacio de convivencia, es decir la sala de estar y el comedor en dos o tres espacios conectados entre si que permitan reducir de forma significativa los estímulos negativos que puedan recibir las personas mayores al estar en espacios demasiado grandes con demasiadas personas, y no necesitan estar dispuestas dos a dos en una sola planta, lo que da mayor flexibilidad y viabilidad arquitectónica.

Por tanto, el problema es que se ha buscado la virtud sin pensar en las consecuencias en lo referentes al diseño ni los costes que puede suponer. Debemos saber que lo que pagan las administraciones por tener cuidados de larga duración en residencias no pasa de los 60 euros al día. Josep de Martí, director de Inforesidencias.com ha comentado en muchas ocasiones que las residencias no son caras, son costosas, porque cuidar a una persona dependiente requiere de personal cualificado 24 horas al día los 365 días del año.

Pero lo que carece de total sentido es la limitación de la capacidad final de la residencia cuando ésta está distribuida en unidades de convivencia. Es como si se pusiera límites al números de viviendas en una promoción. Una de las virtudes de las unidades de convivencia es que cada una de ellas es independiente de las otras, por tanto, con ellas como metodología de diseño de las residencias se consigue lo mejor de las residencias pequeñas y lo mejor de las grandes. Es decir, por un lado, una imagen más doméstica con espacios pequeños y personalizados y un personal constante lo que proporciona tranquilidad y facilita la socialización en la atención a los residentes, pero al mismo tiempo se consigue una economía de escala que, sin ningún tipo de dudas, genera los recursos necesarios para que ese cuidado sea de alta calidad. Por tanto, considero que limitar el tamaño de las unidades de convivencia en un máximo de 15 personas y la capacidad final de la residencia en 120, no es correcto, a no ser que se pueda incremente de forma significativa el coste de la atención que me temo que, con la crisis que aseguran los expertos que vamos a sufrir en Europa, será difícil.

El problema al que nos enfrentamos con este acuerdo es que ante la imposibilidad de cumplirlo por parte de muchas de las residencias que actualmente están acreditadas y tampoco por parte de la nuevas que están en construcción, muchas de ellas mayores de 120 camas y, algunas de ellas, sin unidades de convivencia, se van a perder muchas plazas públicas en centros privados. Y eso, ante las listas de espera y su incremento futuro nos puede dejar sin atención a los mayores.

Está bien que se creen normas para la mejora de la calidad de la atención de los mayores, pero antes se debe pensar las consecuencia que puede tener esa norma. Todos estamos de acuerdo en el modelo de las unidades de convivencia, pero debemos hacer que se puedan crear y al mismo tiempo sean viables económicamente con los recursos de que disponemos. La pregunta que me hago es, ¿lo podremos pagar?