El modelo de familia se ha diversificado y esto ha provocado que el arquetipo de vivienda se haya ido adaptando a esta pluralidad emergente. De igual forma, parte de la población posee una tendencia de vida más dinámica que años atrás, de forma que, en función de los objetivos académicos, profesionales y personales, un individuo puede llegar a habitar en diferentes viviendas en pocos años.
Este efecto, que predomina principalmente en las grandes urbes, ha provocado que la oferta de vivienda deba tener una configuración funcional más flexible, ya que su objetivo principal es dar respuesta a las necesidades de un inquilino dinámico.
Este movimiento, que ya apareció hace una década en Silicon Valley con los conocidos “nómadas digitales”, abrió la puerta a nuevos modos de habitar una vivienda.
Llegados a este punto, las perspectivas de crecimiento de modelos como el coliving, el cohusing o incluso el senior living son altísimas dadas las opciones que ofrecen en cuanto a flexibilidad e interacción social. Sin embargo, estos modelos deberían ser una opción solo para quien configura su vida de una determinada manera y requiere de este modelo de vivienda, ya que potencia sus necesidades, pero, de ninguna forma, se deberían adoptar como una medida paliativa para aquellas personas que no tienen la capacidad de acceder a una vivienda, como pudiera estar sucediendo en algunas zonas. Se estarían empleando nuevos modelos de uso habitacional como solución al problema de acceso a la vivienda, cuando realmente son modelos que han nacido para dar respuesta a nuevas tendencias sociales.
Los nuevos modelos tendrán un crecimiento progresivo si el dinamismo social sigue en auge. Si, por el contrario, se concibe como una solución para corregir el problema de acceso a la vivienda, una vez subsanado este, tendrán una difícil supervivencia.